
No me pregunteis ¿Quién fue
el culpable de conjurar
a un siniestro Dios de la guerra?;
nunca interrogarme sobre
¿Quién permitió que su odiado rostro
reinara sobre la Tierra?
Yo, de eso, nada sé;
solo soy una marioneta
en las manos de un siervo de Marte;
para que cubra su guerrera
de gélidas condecoraciones
de dolor, sangre y muerte.
Donde el trigo resplandecía
con su dorado color
ahora el cañón entona
su más tetrica canción.
Donde el trigo resplandecía
duerme, hoy, la olvidada nana
con la que, la madre Tierra,
a la naciente vida acunaba.
¡Dejad, balas de silbar!;
espectros de muerte
con siniestra carga;
soldados; dejad las armas;
séd profetas de Paz
para que en la tierra florezca;
para que una brisa de esperanza
valla derramando la vida
allí; donde el trigo resplandecía